Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Ventanilla o Pasillo

Por Bárbara Asnaghi


A través de la ventanilla, el paisaje se va estirando como chicle. Volamos cada vez más alto, y sentimos que somos gigantes observando de lejos a todo un pueblo de Playmobils.
La grandeza otorga altura, la altura desarrolla una perspectiva; la perspectiva nos hace conscientes del hecho de que hay algo más grande que nosotros sobre nuestras cabezas, y algo mucho más pequeño a nuestros pies.

Prueba de esto es que los niños siempre quieren ventanilla. Y no es casual. La sensación de ser ellos los que miren desde arriba, el poder que brinda esa magia que es solamente una mezcla de altura y de cabina presurizada, hace que valga la pena aburrirse varias horas arriba de un avión.

Los adultos descubren que son adultos, en cambio, la primera vez que eligen pasillo. Quizás no lo sepan entonces, pero algo en el fondo les dice que han perdido el entusiasmo o la curiosidad que significa estar en un pedazo de metal alado a 10.000 metros de altura. Con la edad, empieza a ser más importante poder pasar al baño cuando se quiera, o sentir un ilusorio control a ejercer sobre el carrito de la comida que pasa por al lado. Somos nosotros quienes alcanzamos la bandeja a la persona que ha quedado en ventanilla. Si el líquido del vaso cae, que sea por nuestro propio problema motriz, no por el de otro.

Así, quien elige pasillo, quiere seguridades. Quiere poder tener prioridad al salir del avión, como una importancia que se hubiera ganado con esfuerzo o como un derecho de piso. Quiere distancia de otros seres humanos, quiere tener también un amplio espectro visual sobre lo que ocurre a su alrededor, en el mundo terrenal.

Sin embargo, cuando un adulto excepcionalmente elige ventanilla, está diciendo algo sobre sí. Está aceptando el desafío de volver atrás en el tiempo, a la época en la que no ejercía control alguno sobre sí o los demás. Es saber que visualizar la maqueta del paisaje desde el aire, compensará cualquier ser desagradable junto al cual quedemos acorralados durante el vuelo. Es arriesgarse a quedarse dormido sin percibir que el carro de la comida ha pasado. Es pedir permiso para ir al baño, como hacen los niños.

Es permitirse perder el control de la situación y quedar suspendidos en el aire por dos, cuatro o muchas más horas.





sábado, 8 de octubre de 2011

Would you like a cup of me?

Por Bárbara Asnaghi


En cada país, la tradición de invitar y hacer amigos nuevos–o confirmar viejos- varía según la bebida que se ofrece al visitante.

Si llegamos a casa de un argentino o un uruguayo, por ejemplo, van a ofrecernos un mate. El mate es un pedazo de alma que se entrega al otro, para que la comparta. El mate es un ofrecimiento de amistad. Quizás sea por esto que hacemos más amigos de los que podemos mantener. El mate lleva en sí la nostalgia. La bombilla es como la garganta, por donde nos pasan las emociones, y se nos hace un nudo que desatamos cuando sorbemos un poco.

Si en vez de eso, pisamos la casa de un italiano, enseguida nos pondrá en su “machinetta” el café molido, para tomar una pequeña taza, sin leche y con muy poco azúcar. El café es un medio de conversación que brinda intensidad a las palabras.
Un griego en cambio nos sentará en una cafetería, a hablar por horas sobre la vida, la política. Es una invitación a la discusión de ideas y sueños. El café típico “griego”, para muchos es también turco. ¿En esta dicotomía del origen yacerá otra más profunda que se nos ofrece con la bebida? ¿Nos estarán explicando un poco de historia con esta ambigüedad?

Los ingleses, en cambio, nos darán a probar su té. El té en Inglaterra es un ritual que expresa cortesía, amabilidad. Es menos que amistad, pero acorta la distancia entre las personas que lo comparten. Es un pase diplomático a la casa del otro, un reconocimiento oficial a su presencia.   

En Irlanda se nos invita a una cerveza, en casa o en el pub de la esquina. Es, de alguna forma, una invitación a olvidar. A olvidar el frío, la lluvia, el trabajo del día. Es una parte de aquél recóndito país, que nos tienta a probar un poco de su esencia en la espesa negrura de la Guinness.

En cualquier caso, las bebidas que se nos ofrecen en una visita son un reflejo de lo que cada uno es, que es indivisible del lugar del que uno viene. Es una forma de ser reconocidos como individuos y como pertenecientes a una determinada sociedad, con sus miedos puntuales, sus inquietudes, su pasado específico y compartido. Es compartir todo eso con quien llega, es decirle al otro, implícita y subconscientemente, que amamos nuestro origen y queremos compartirlo con él.

Es un pedazo de uno mismo que se ofrece para ser degustado, en taza, vaso, calabaza o jarrito.


martes, 9 de agosto de 2011

Para ver el mundo hay que viajar a Londres

Por Bárbara Asnaghi


No hay museo que se le parezca. Ni la Isla de los Museos de Berlín, ni el Louvre, custodian tan importantes y variadas obras de la Humanidad como el British Museum. Desde las primeras civilizaciones y Egipto, Persia, Grecia, Roma, Mayas, Incas, China Imperial; pasando por la Edad Media y la Edad Moderna, podría decirse que dentro de este inmenso caserón cultural, caminan los fantasmagóricos restos de todo nuestro pasado.

Si bien mucho de lo que hay dentro pertenece a otros países, como los mármoles de Elgin (del Partenón) por mencionar alguno, no se puede evitar sucumbir ante su magnánimo encanto. La Piedra de la Rosetta, otro de los tesoros del Museo, es la piedra gracias a la cual se han podido descifrar los jeroglíficos egipcios, abriendo a la cultura y al conocimiento una puerta fantástica al pasado. 

Actualmente, en 2011, el museo cuenta "La Historia del Mundo" en cien objetos, desde el "primer hombre" africano hasta nosotros. Esta fascinante perspectiva permite concentrar de alguna forma la vastedad del  lugar, que llevaría alrededor de tres días recorrer por completo.








lunes, 16 de mayo de 2011

Tener la foto


Por Bárbara Asnaghi

Cuando se viajaba con la cámara automática a pila, sólo había 36 oportunidades por rollo para salir bien en diversos lugares, y viajar resultaba menos agobiante. Las preguntas de Dónde salir, Cómo salir, Si vale la pena aquél paisaje, eran preguntas válidas, porque cada foto era una menos que quedaba para terminar el rollo.

Con la aparición de las cámaras digitales y sus infinitos clicks, cada evento y pseudo-evento vale la pena ser recordado mediante varias fotos, porque no cuesta nada y no ocupa lugar. Así, tal y como sucede con las secuencias de un dibujo animado, las imágenes se suceden unas a otras sin lógica ni propósito. Es más que habitual ver gente con los ojos cerrados delante de la Sagrada Familia y muecas de asco involuntarias mientras finge que inclina con la fuerza de sus propios brazos la Torre de Pisa. Más allá de cuestionar el coeficiente intelectual de quien lleva a cabo esta última actividad, lo que ha cambiado en esta generación digital es que todo se puede probar mil veces. Viajar es un evento realizado una vez, pero recreado muchas veces más mediante las fotos. Viajar hoy, no sólo tiene una preparación, sino que tiene un gran trabajo de montaje y post-producción.

Por eso, cuando a uno lo frenan para pedirle una foto, es mejor que cancele la cita con el dentista y cualquier compromiso cercano. Primero se le pide la foto clásica, que consiste en el ser humano sin aditivos delante de un monumento. 

-Que salga la cúpula- Agregan algunos. 
-No dejes demasiado espacio en los márgenes- Exigen otros con timidez y a veces con demasiada osadía. Porque otra de las cosas que ha cambiado, es que todos hoy “saben” de fotografía. Más de uno ha hecho un cursito, pero casi todos han sacado millones de fotos, lo que creen que equivale a un cursito. Te hablan de luz, de ángulos, de perspectiva. Cuando uno lo que quiere estar haciendo es arreglándose una muela y no jugar al enviado de la National Geographic con desconocidos. 

La segunda foto, que se pide inmediatamente después de la clásica, es la “casual” o “informal”. La persona se relaja de la posición rígida que tenía previamente, y adopta una postura que, según le parece, es natural. Generalmente está lejos de serlo, y siempre involucra una apertura anormal de piernas mientras el sujeto se sienta en uno de los escalones o rejas del monumento, fingiendo una sonrisa que se parece a la de alguien a quien le han apenas contado un chiste. 

Muchos, por pudor o respeto, dejan la sesión en este punto. Otros, primero miran si les parece bien la foto que acabás de sacar, como si ellos fueran ahora tus profesores de la National Geographic y estuvieran evaluando la calidad de la foto. Uno suda, se pregunta si tendrá que sacar otra, a veces hasta trata de explicarse con frases como: “La saqué de costado porque me daba la luz de frente”, o “puede haber salido movida porque me empujaron”. Como si el dueño de la cámara fuera el propio jefe. Cuando sonríen y aprueban uno se va contento, como si acabara de rendir un examen. Pero ellos siguen, atormentando a otros pasantes, o sacándose las fotos ellos mismos. Grupales, solitarias, mirando al horizonte, despreocupadas, con muecas inventadas, tocando algo que no se puede tocar junto al cartel que indica la prohibición. 

De esta forma se realiza el montaje. El viaje, que es real, lleva dentro de sí otro viaje, imaginado. Pareciera que la felicidad que tenemos no es suficiente, que lo que hicimos hasta ahora no vale hasta que saquemos las fotos preparadas para recordarnos a nosotros mismos –y muchas veces a los demás-, que la hemos pasado bien.  Pero lo que recordaremos es esas fotos, y no que la hemos pasado bien. ¿Qué sucede con el viaje real? Se pierde en el olvido, detrás de esos actores que somos nosotros mismos. 

La post-producción es otro estadio interesante del viaje fotografiado. Herramientas como Photoshop y otros programas de edición sirven a tal efecto. Se borran las ojeras, las líneas indeseadas. Se agrega un poco de destello, de contraste, se quitan el cansancio de la cara, la desprolijidad del pelo. Se tiran las fotos que no salieron bien, esas de las que íbamos a reírnos en el futuro y las únicas que iban a valer la pena en algunos años. En los álbumes de hoy (Facebook, Picasa, Windows Live, etc.), desfilan seres perfectos, felices, inmutables. Que nunca cierran los ojos, que jamás mueven la boca involuntariamente, que no han tenido un mal momento en todo el viaje. 

Esos son los seres del otro viaje, el imaginado. Los que se quedan con nuestros recuerdos, nuestros equívocos, los que triunfan sobre la realidad. Los que se quedan con los que habíamos sido cuando viajamos.

jueves, 5 de mayo de 2011

Ciudadanos del mundo


Por Bárbara Asnaghi

Las fronteras son invenciones que no ya no resultan acordes con las actuales circunstancias. Las divisiones políticas de los países no tienen a esta altura real influencia en la vida de las personas. Excepto cuando alguien intenta cruzarlas. 

Los gobiernos del mundo deberían empezar a remover los escombros bajo los que descansan las leyes migratorias, para encontrar debajo algún fundamento real que permita elaborar nuevas reglamentaciones, más justas, menos selectivas. Ignorar la realidad no es posible luego de un tiempo considerable. Y más aún cuando este tiempo ya ha pasado. 

Hoy día, en Europa y América, hay millones de personas con más de un pasaporte. A medida que pasan los años, los números crecen, no sólo en personas, sino en pasaportes. Existen niños de jardín de infantes con cuatro ciudadanías. La conformación de nuevas parejas internacionales, cada vez en mayor medida, y en concordancia con la facilidad que hoy supone trasladarse y comunicarse de un punto al otro del globo, abre las puertas para un debate que va más allá de las fronteras políticas tradicionales. Éstas intentan resistir, pero es evidente que no podrán hacerlo por mucho más tiempo. 

Padres de hijos nacidos en un país distinto al suyo, que sin embargo no pueden obtener la ciudadanía del país del que su propio hijo es ciudadano. La ley española impide que se “eche” al padre del país, pero no lo reconoce ciudadano. Es un ilegal al que no pueden darle ninguna sanción por esa ilegalidad. 

Los absurdos cada vez son mayores. Muchos nacidos en el continente americano tienen doble ciudadanía, europea y de su propio país. El trámite para la obtención de dicho documento varía de país en país, pero en general los trámites llevan muchísimo tiempo y consisten en la presentación de la documentación del familiar emigrado al país americano. Quienes carecen de esta ciudadanía, son tratados de forma distinta al entrar en los países europeos aunque provengan del mismo lugar. 

Asimismo, desfilan por Italia, España y demás países mediterráneos, africanos escapados de terribles circunstancias en sus países de origen, que venden carteras y anteojos de sol en las calles o veredas, a los que colocan sobre una tela atada con una soga, preparada para el escape en caso de que aparezca un policía en la zona y les retire los artículos. Lo curioso es que está prohibida la venta callejera, pero no hay multas, sino que a quien está en infracción se le quitan los productos que vende. Es decir, muchas de estas “infracciones” se realizan por personas que no están reconocidas legalmente por la comunidad, por lo que no pueden ser apercibidos. Son anónimos, no existen para la ley. 

El caso es que el anonimato que presupone la falta de regulación en materia inmigratoria, genera más problemas que los que acarrearía la integración real de estas personas a la sociedad. No se trata ni siquiera de ciudadanos de segunda, sino de NN. Son nulidades para el gobierno, la sociedad y la justicia. Molestias pasajeras que hay que erradicar.  

Algunas personas rechazan la inclusión de estos “ilegales” al sistema, con el argumento de que abrirles las puertas a ellos sería dejar que un aluvión de inmigrantes entrara al país. Lo que confirma el hecho de que lo que se necesitan son nuevas legislaciones de acuerdo a las nuevas circunstancias. 

En Sudamérica y Estados Unidos, existen todavía personas que se niegan a aceptar la inmigración de personas provenientes de países que hace un par de siglos eran parte de su propio territorio. Día tras día miles de personas intentan cruzar fronteras en forma de muros, vigilantes o papeles. Muchos mueren, otros son desterrados de un país en el que han vivido durante años, otros son tratados como delincuentes en los aeropuertos. ¿Qué clase de justicia es esta que sanciona a una persona por querer salir de la miseria, conocer otro país del mundo en que habita o simplemente progresar?  

Las ciudades del futuro serán completamente mestizas en colores, formas y costumbres. Todos los días se oye la noticia de una boda entre personas de países que hasta entonces parecían incompatibles. Hijos de procedencia combinada, con apellidos disonantes, nacen cada día en países impensables. 
El mundo nos va quedando chico, las leyes también. La pregunta llega inevitablemente: ¿Por qué será que las sociedades prefieren mezclarse? ¿Será porque las personas son más parecidas entre sí de lo que se pensaba antes de que apareciera Internet?  

Esta pregunta también debería figurar en la agenda de los parlamentos, para empezar a legislar a las personas que habitan en este mundo, en vez de a sus nacionalidades.

martes, 26 de abril de 2011

Mirarse desde afuera


Por Bárbara Asnaghi

El novelista inglés Aldous Huxley dijo que "viajar es descubrir que todos tienen ideas equivocadas sobre otros países". Y esto resulta atinado, porque es cierto. Sin embargo, lo contrario -y en viceversa- también lo es. Viajar es, a su vez, descubrir que todos tienen ideas erradas sobre su propio país. 

No importa en dónde aterricemos. La gente de cada lugar es más crítica con su tierra que con cualquier otra. Pero los extranjeros que llegan a visitarla no le ven más que maravillas. ¿Por qué sucede esto?
En parte, porque vivir en un lugar no es lo mismo que visitarlo. Y haber vivido siempre en un mismo sitio, tampoco permite conocerlo del todo. La visión lejana, la que viene de afuera pero sigue siendo propia, es una visión necesaria para cortar un poco con la crítica despiadada y el vaso medio vacío. Porque el verdadero aporte es el que construye, y nunca, bajo ninguna circunstancia, el que proviene de quien se sienta en el trono del pesimismo a rechazar sus orígenes. 

Desde ya, hay lugares y lugares. Pero no importa cómo, el nativo se las arregla siempre para poner bajo una luz tenebrosa su propio terruño. Porque las personas somos a menudo más críticas con nosotros mismos que con el resto. Y cuanto más crítico se es hacia fuera, la experiencia comprueba que más crítico se es hacia adentro.

La crítica en este sentido no resulta productiva, como se ha dicho antes. Ni tampoco la carencia de crítica o el fanatismo del falso patriotismo implica que uno quiera más a su país porque no lo critica negativamente. Lo único que comprueba esto último, es que lo que se defiende ciegamente es aquello a lo que no se le quiere encontrar un defecto.

Por eso, la experiencia de verse desde afuera no sólo es importante a nivel individual. No sólo enriquece a la persona, que adquiere perspectiva frente a sí misma, sino que también logra ver el colectivo social del que aquélla viene, aunque con otros ojos. No con los ojos del nuevo colectivo, sino con los propios, desde otro lugar. En un principio la visión no es clara, porque lo nuevo nos quita el equilibrio y nos enreda en sentimientos encontrados,  hasta que nos acostumbramos a ello. Pero con el tiempo siempre llega la estabilidad, y entonces sabemos exactamente lo que sentimos por el lugar del que venimos. Se ve tan claro como la imagen que nos devuelve el espejo. 

En el caso de los exiliados, voluntarios y no, la distancia les ha llenado el corazón de dolor, de crítica, luego de compasión. Finalmente, de una profunda comprensión de sus orígenes. Más o menos en este orden, el producto de esto fueron grandes creaciones que enriquecieron a la cultura de su país y, con ello, al mundo. Muchos de los grandes de la cultura han vivido un tiempo en el extranjero. Lo que no quiere decir que para ser un grande de la cultura haya que irse necesariamente a otra parte, pero sí, que muchas cosas no habrían sido dichas o creadas sin esta influencia que la distancia ejerce en la propia manera de verlas. 

La experiencia de vivir afuera no sólo es recomendable, sino que es necesaria para comprender muchas cuestiones que en general se pasan de largo por falta de perspectiva. Detalles que son un mundo, asociaciones mentales que son nuevos portales de la conciencia, así como nuevas formas de percibir y percibirse. Un nuevo abanico de preguntas y de respuestas claras se abre en la cabeza de quien ve el mundo desde afuera. 
 Tal y como ocurre con las obras de arte, los países se aprecian mejor a debida distancia. 

jueves, 21 de abril de 2011

Ser, Estar y Viajar


Por Bárbara Asnaghi

Las personas viajan por motivos diversos: trabajo, ocio o estudio. Algunos combinan estas actividades para potenciar el valor del viaje. En este artículo se propone al viajero considerar otra forma de interactuar con sus destinos turísticos. 

Estudiar el idioma del lugar al que se viaja es una de las maneras de aprovechar la experiencia de viajar al máximo. Porque con el idioma uno se aproxima a la cultura sin zambullirse en ella intempestivamente, con las exigencias del turismo y de nuestro agente de viajes.

En Europa, múltiples escuelas reconocidas y no tanto ofrecen cursos hechos a medida. Con un mínimo de una semana hasta un año, la aproximación a la lengua va según los gustos y objetivos de cada uno. Se ofrece en general alojamiento, aunque no es condición esencial para reservar una vacante. 

Los precios también abarcan franjas más que flexibles. Se puede estudiar francés en la Alianza Francesa, alemán en el Goethe Institut, o italiano en la Associazione Dante Alighieri desde doscientos euros por módulo de estudio. Lo interesante de la experiencia, es que uno de alguna forma “vive” en el lugar, aunque sea por dos semanas. Se comparte la casa con nativos, y se estudia con profesores del lugar. Asimismo, no hay instituto que no ofrezca actividades culturales y de entretenimiento para realizar fuera del horario de estudio. Es una situación ideal para los que viajan solos, porque es la oportunidad de conocer gente de todo el mundo desde el primer día y sin reservas. Y más que nada, gente con las mismas inquietudes e intereses, con quienes recorrer el lugar y practicar el idioma.

Los cursos en general son de lunes a viernes, y se brindan descuentos para sus estudiantes, así como muchísimas actividades gratuitas, por lo cual el costo del curso se amortiza. Sin mencionar que se deja la ciudad con un nivel más alto del idioma en cuestión, más un certificado que lo acredita. 

Los bloques intensivos de dos semanas son una buena forma de pasar las vacaciones del trabajo y aprovechar el tiempo sin estresarse. Son la mejor opción para irse del lugar visitado sintiendo que realmente se ha estado allí. Es una alternativa al salto frenético de monumento en monumento o de museo en museo, viendo mil cosas a la vez pero sin verlas ni comprenderlas realmente (y muchas veces, sin recordarlas del todo). Porque el idioma de una cultura está íntimamente relacionado con su forma de ser, de crear, y de conectarse con el resto del mundo. Cada ciudad es única. Llevarnos un poco de eso en forma de palabras y expresiones locales es una forma de rescatar la experiencia del asedio de los listados de las guías de viajes y, sobre todo, del olvido. 




martes, 12 de abril de 2011

Peso pluma

Cómo alcanzar los diez kilos de equipaje, sin pasarse y sin olvidarse de nada.


Por Bárbara Asnaghi


Desde que Ryanair restringió el equipaje de mano a una sola pieza de diez kilos, y desde que es la aerolínea más económica para viajar en Europa; los pasajeros hemos hecho malabares a la hora de armar esa diminuta valijita, que no puede sobrepasar los 55x40x20 cm. Esto incluye computadora, cartera de la dama y cualquier cosa que sobresalga del abrigo. 

A tal efecto, han sacado hasta su propia pieza, en conjunto con Samsonite, que ofrecen en internet mientras uno realiza la reservación. Podría decirse que en un principio puede resultar molesto para muchos; “¿Comprarme una valijita solamente para Ryanair?”. Y finalmente todos se compran una valijita, porque saben que lo que les haya costado sirve para amortizar los gastos de la mini-pieza de cabina. Tal es así, que muchos vendedores de bolsos ofrecen las valijitas de medidas más pequeñas como “Valijas Ryanair”. 

Pero ese es otro tema. Lo que nos interesa aquí, a los que amamos viajar (y si es barato mejor, y si es con ropa decente, mejor); es armar una valija a imagen y semejanza de Ryanair.
En primer lugar, cabe aclarar que este artículo está orientado a las mujeres, que somos las que más problemas tenemos para poner “la vida” en diez kilos (si bien muchas ponen la vida en bajarlos de su cuerpo, pero ese es tema para otro post y seguramente para otro blog).

Supongamos que viajamos por tres días. En general los viajes se realizan los fines de semana o en esa semana de vacaciones del trabajo. Por ende, la medida justa son tres días. Y a medida que vayamos agregando de a un día, iremos repitiendo el conjunto aunque con algún accesorio que lo diferencie. 
Siempre se debe empezar con lo esencial para la vida: bombachas y corpiños. Pero no ciento cincuenta bombachas por si necesito; no. Si ocurre un accidente (y me refiero a accidentes femeninos y no de otro tipo), se compra una bombacha en un negocio. Tampoco la pavada. Tampoco armar una valija con todas las cosas que pueden llegar a pasar en un viaje. Esa es la primera regla. Si sucede, mala suerte; gastaremos cuatro euros en una bombacha nueva. 

Una vez que tenemos en claro que para vestirnos hacen falta calzados, una muda de abajo y una de arriba, más la ropa interior que ya hemos mencionado, llega la hora de saber qué calzado y qué mudas. 
Sería interesante tener en claro la temperatura del lugar al que nos dirigimos. Para eso, consultaremos Accuweather o algún otro sitio sobre temperaturas. Pero también debemos saber que en estos tiempos la meteorología se ha vuelto la más inexacta de las ciencias…bueno antes también lo era. Pero ese también es tema para otro post. 

Concentrémonos entonces en cubrirnos el cuerpo sin asfixiarnos. Por supuesto, si vamos a la nieve, llevaremos solamente indumentaria de nieve. Pero ojo, cuando viajamos “hacia el invierno” debemos considerar que los lugares, sobre todo aquéllos para turistas, tienen calefacción (en general excesivamente alta), y necesitaremos usar una remera de manga corta debajo de la ropa. 

Si viajamos en una media estación, a una ciudad, llevaremos solamente UN abrigo, y puesto cuando viajemos. El color: marrón o negro, inclusive gris; para combinarlo con todo. Lo ideal son dos pantalones: uno de jean o gabardina (cómodo), y otro de vestir. En lo posible, el primero azul, el segundo negro. No se trata de uniformarse, sino de poner el color en otras cosas. Llevar dos remeras de manga corta, una informal y otra formal. Y una de manga larga, por si sorprende el frío. 
Luego, como dijimos, hay que calzarse. El par de botas va puesto. En lo posible marrones o negras, aunque podemos arriesgarnos a un azul. Dentro de la valija, es fundamental llevar un par de zapatillas deportivas, para caminar durante el día por la ciudad. Y ahí sí, unos zapatitos del color que elijamos; ballerina  o sandalia cerrada. Podemos ahí empezar a dar toques de color. Un plateado o azul labrado, algún brillo que destaque. 

La mejor parte son los pañuelos o chales. Llevaremos dos o tres, dependiendo del peso final, que cotejaremos cuando terminemos de armar la valijita. Pero tienen que tener colores que nos gusten. Fuertes. Si se puede combinar los zapatitos con alguno de ellos, mejor. 
Como la vida no es tan sencilla; no olvidemos el secador de pelo y la planchita. Lo mejor sería comprar ambos tamaño viaje. Es imposible meter un secador de peluquería o una planchita de esas que se parecen a planchas industriales. Conviene ir preparando el set que nos acompañará en todos los viajes, que, repito, se amortiza con los precios de las aerolíneas. Además, si viajamos por Ryanair es muy probable que no paremos en un hotel que tenga secador de pelo. 

Después, los tecnicismos que son imprescindibles. Una es la documentación, que va a ir situada en un sobre que llevaremos en la mano, dentro del cual irá el pasaporte, el billete electrónico impreso y alguna tarjeta de crédito, si llevamos. El dinero es aconsejable llevarlo en un bolsillo o riñonera interna, para no correr el riesgo de que se caiga o nos lo roben por andar con cosas en la mano. El celular, en el bolsillo de la campera. Las llaves también. 

Los toques finales son: una toalla de cuerpo, finita. Un cepillo de pelo, uno de dientes, el cargador del móvil y un adaptador universal. Es muy útil comprar estos últimos, porque nos van a servir en todas partes y ya podemos olvidarnos de no poder enchufar algo o perder tiempo de nuestro viaje en comprar uno. 

No digan nada; la pregunta final es: ¿qué hacemos con el maquillaje y la perfumería? Hoy día vienen en pequeños potecitos, que sirven perfectamente para tres días; sea desmaquillante, humectante, base, pequeño perfume, y dentífrico. Alguna sombra neutra o de colores clásicos, el rimmel y el lápiz de ojos. Todo esto, eso sí, dentro de una bolsita sellada de plástico (que puede comprarse en unas maquinitas en el aeropuerto por un euro). 

Finalmente, pesamos la valija en casa. Hasta ahora probablemente nos queden tres kilos, que podemos utilizar para el ordenador y la batería, algún libro no muy grande, algún producto de farmacia, etc. Cuando queden menos de 500 gramos, mejor no arriesgarse. Por un mínimo que nos pasemos con el peso en esta aerolínea, se cobran €40 euros por exceso de equipaje. 

Y por último, en el aeropuerto hay unas balanzas grandes para chequear definitivamente si hemos alcanzado los diez kilos permitidos. 

Luego, a volar como una pluma en el viento. Bien ligero.

jueves, 7 de abril de 2011

Desayunar como los dioses en Berlín


Por Bárbara Asnaghi

En el punto más alto de la Torre de la Televisión (Fernsehturm), en el centro de la ciudad y muy cerca de Alexanderplatz, además de cenar, se puede desayunar a más de 200 metros de altura, disfrutando de una vista increíble.

Y como si la altura fuera poco, al poner un pie en el piso del restaurante, se siente en los pies un leve movimiento giratorio, que es lo suficientemente ágil como para ser percibido, y lo suficientemente sutil como para no molestar. El restaurante gira a 360 grados en lapsos de media hora. 
Las puertas de la torre abren a las 8 de la mañana, por lo que conviene estar temprano para poder conseguir un lugar. Se toma un ascensor y en poco tiempo se arriba. Antes de entrar, se recibe un número específico de mesa.

Por ser rotatorio, estemos en la mesa que estemos, podremos disfrutar de una hermosa panorámica matinal de la ciudad mientras tomamos un desayuno completo (americano o continental; a elección) por el que pagamos tan sólo diez euros.

Es una opción mucho más económica que la cena, y si se va lo suficientemente temprano, se puede disfrutar de la exclusividad del lugar. Y de la sensación de ser los únicos observadores de la ciudad. 

domingo, 3 de abril de 2011

Dormir y Comer en Santorini (como en casa)

Por Bárbara Asnaghi



Dormir


En una de las islas más hermosas de Grecia, Santorini, está emplazada la casa de huéspedes Villa Manos. Atendida por su dueña, Poppy, nos da la sensación de que es un pedazo de hogar que hemos traído en la valija. 

El servicio es excelente y los precios increíbles. No se trata de un lujoso hotel en el que la excelencia brindada “está incluida en el precio”. Por el contrario, aquí el buen servicio es una forma de ser, es la personalidad del lugar. Es tal la predisposición de Poppy, que da ganas de quedarse más tiempo y pagar de más. 

Las habitaciones están siempre limpias, decoradas con buen gusto, bien equipadas. Tienen heladera, calefacción, aire acondicionado y televisión; y una pequeña cocina con mesa en los cuartos dobles, además de baño privado con ducha. A precio de hostel, pero con la calidad de un buen hotel.

La ubicación es muy accesible. A pocos metros de la entrada está la parada del autobús, que por un euro con sesenta nos deja en cualquiera de las hermosas playas de la Isla en diez o veinte minutos, dependiendo de la distancia. 

A diez minutos a pie, está la ciudad de Thira (Fira), capital de la Isla, en la que un recorrido nocturno resulta condición esencial para vivir en su totalidad la magia del lugar. Allí, una serie de callejuelas empedradas y casas blancas y celestes, más una gran variedad de pintorescos negocios, nos recuerda que estamos en Grecia.

Por último, la casa de huéspedes ofrece una piscina para los meses de verano, y transfers gratuitos desde y hacia el puerto y el aeropuerto. Y lo que a la vocación de dar de Poppy se le de por brindarnos inesperadamente. 



Comer

Otro lugar para recomendar, muy cerca de la posada, es el restaurante de comida griega Nyra Nikh. Desde afuera, es imposible ignorar las guirnaldas verdes y naranjas, la pizarra con los platos del día, la luz que sobresale en la oscuridad circundante.  

En este hermoso lugar, hay 8 a 10 mesas adentro y unas 6 afuera. Apenas llegamos, se nos recibe con una encantadora sonrisa. El menú es una buena sorpresa: comida típica griega a pocos euros. Más tarde descubriremos que es comida griega de calidad, a pesar de pagar poco por ella. 

La tentación es demasiado fuerte: la cerveza Mythos es la elegida, simplemente porque el nombre parece ideal para el lugar en donde nos encontramos. Entre los platos destacados, el pollo o cordero con pasta es recomendable, así como el queso feta (que podría ser Patrimonio de la Humanidad griego, según dicen algunos).  

Pero no todo es comer. Un hombre se ha acercado al escenario con un Buzoki (instrumento tradicional griego) a tocar canciones de las que ningún hispano-parlante podría adivinar la letra. Sin embargo, suenan a español. 

Porque el griego moderno tiene muchas eses al final, y una estructura tal que cada letra es modulada y pronunciada con detalle; y la cadencia -que es como decir “el tono”- es casi igual al español. 

Cuando terminamos de comer, acompañados por hermosas melodías que parecen lamentos y a la vez alegrías, con mezclas turcas y árabes, legado de siglos de cruces; llega el café. 
En el menú dice: “café griego”. Y eso es lo único que vale la pena tomar si se está en Grecia, claro está. En un platillo rectangular, pintado en detalle, llega la pequeña taza haciendo juego. Dentro de ella, una pasta espesa y de olor intenso. 

El sabor es suave si se pide previamente que se agregue azúcar en él (recomendable, dicho sea de paso, para los que no están acostumbrados al café espresso italiano). Sabe a pasta de café, sobre todo al llegar al fondo de la taza. 

La preparación de esta bebida es curiosa. Se calienta el café molido en una especie de hornillo, sin filtrarlo. De ahí que cuando se termina, queden en el fondo restos parecidos a arena mojada. Hay quienes dicen que este café es en realidad turco, pero con muchas cosas ocurre lo mismo, y llega un punto en que luego de tantos años de invasiones y demás, no se sabe qué es de quién. Y tampoco importa demasiado.

La hospitalidad griega llega de nuevo, entonces, con un plato de postre tradicional que nadie ha pedido. Sin embargo, lo brindan gustosos. Y sobre el final, antes de dejar –no sin pena- este acogedor lugar, una pequeña atención en la cuenta es el último motivo que queda para decidir volver al día siguiente. Y el siguiente. 

Hasta que se terminen las vacaciones. 


martes, 29 de marzo de 2011

Perderse en Roma, piano piano

Por Bárbara Asnaghi


Llegar al Aeropuerto de Fiumicino es como poner un pie en la tapa de un libro de historia. Para hundirnos en una serie de sucesos pasados, caóticos y grandiosos, y sobre todo, mágicos; abramos el libro y pisemos la primera página.

Salimos por la puerta principal del aeropuerto, tomamos el tren hacia la Tuscolana, subimos las escaleras de cemento. Finalmente acomodarnos en alguna parte. Y salimos sin el mapa a pasear por la ciudad; porque Roma está hecha de tal forma que ha evolucionado de una manera mágica también ella. No importa hacia dónde nos lleven las calles, pequeñas, laberínticas, de cuento, van hacia todas partes.
Todos los caminos conducen a todo. Las Vie (calles) grabadas en las piedras blancas que son los indicadores, tienen nombres de vírgenes y de santos, de escritores y emperadores. De todas las clases de personas que la forjaron Imperio. Pero no indican nada. Las callecitas nos pierden, nos aíslan. No importa en dónde estamos, porque todo es nuevo y especial. El empedrado. Los edificios de los años cincuenta, de colores pasteles. Las ventanas cuyo marco es verde, y las madres adentro, las hijas, los hombres afuera, gritando. Los bebederos siempre abiertos colocados en diversos puntos de la ciudad. Llegamos sin querer al Coliseo. No sabemos cómo, pero se finalmente llegamos. Y esta es la mejor manera, porque la emoción es imprevista. Sobre todo si mientras se camina hacia ese inmenso teatro del I siglo DC, se escucha en el iPod a Luciano Pavarotti cantando ‘Nessun Dorma’. Si bien es una canción napolitana, el efecto de esta visión, ya conmovedora por su melodía, cobra una fuerza sobrehumana. La magnanimidad inexplicable la música y la visión combinadas se traspasa a nosotros -gracias a la tecnología- mientras caminamos. La magia quizás resida en el recorte del monumento algo roto en el extremo superior, confiriéndole calidad de ruina, y ya no de escenografía.

Hay algo que sucede en el alma al ver el Coliseo a lo que nadie logra acostumbrarse por más que lo intente. Si se llega por “detrás” del Coliseo (por Via Claudia) nos reservamos los foros para el final. Los foros eran los centros de reunión en la época del Imperio, en donde se discutían las cuestiones de gobierno. Mientras caminamos por la Via dei Fori Imperiali, mirando para todas partes e intentando contener todas las imágenes en un instante, condensar todas las épocas en el cerebro, se puede ver a la gente reunida siglos atrás. Están ahí, y de cada columna partida emerge una columna entera, se eleva por encima de nuestra voluntad y se vuelve presente.

Del entretenimiento hemos pasado a la vida política. Sumidos en el sueño de las visiones anacrónicas, despertarmos al ver el camión de helados estacionado casi en el otro extremo de la calle, al que hemos llegado sin darnos cuenta. Compramos uno y al lado nuestro, sin advertirlo hasta entonces, hay un monumento blanco, gigantesco; cuyas fuentes laterales y cuádrigas a lo alto hacen que olvidemos por un momento la travesía anterior. Y saltemos en el libro unas cuantas páginas hacia delante.

El Monumento a Vittorio Emmanuele es despreciado por su enceguecedora blancura que desentona con el resto de los edificios circundantes (al parecer lo limpian constantemente). De este lugar, caminamos unos pasos más y sin querer nos encontramos en Via del Corso. Y lo extraordinario de esto es que del Imperio Romano al Padre de la Patria, se salta a pequeños cafés y negocios de ropa, cuyos dueños no parecen haberse enterado de que lo anterior ha sucedido.

No importa cuánto tiempo llevemos en Roma: nunca se termina de conocer por completo. Trinità dei Monti, con su ostentosa cristiandad, y escaleras abajo, las marcas de ropa más caras de la ciudad y del mundo, es tan maravillosa como las Termas de Caracalla, cerca del barrio de San Giovanni. Y el Circo Massimo, hoy más parecido a un cráter que a una pista de carreras de carrozas, tiene todavía en su suelo una energía inexplicable, quizás residuo de aquellos tiempos. Tal vez sea por eso que los jóvenes lo encuentran un lugar perfecto para recostarse los días de sol.

 No importa cuánto tiempo vayamos a quedarnos: a Roma hay que caminarla. Los tours muestran las “grandes atracciones”, pero no muestran a la ciudad tal como es. Vivir Roma es tomarnos un helado artesanal cerca del Panteón, comer una porción de pizza (pizza al taglio) mientras nos sentamos a pensar en lo que vimos, preguntándonos aún si todo eso fue real o un truco de la imaginación.

Para haber estado en este panino de ruinas entre el Norte y el Sur, hay que tomarse un espresso en el barrio de Trastevere (detrás del río Tevere, como su nombre lo indica). Hay que clavar un taco del zapato en los adoquines de Campo dei Fiori un sábado a la noche. Escuchar los gritos de las conversaciones en cada esquina, la canción del idioma filtrarse por las ventanas. Hay que observar y/o recibir el coqueteo de los mozos en las cafeterías o en los restaurantes. Porque eso es Roma. Lo demás es turismo.

domingo, 27 de marzo de 2011

La noche de San Patricio en Dublin

Por Bárbara Asnaghi


Lo primero que se piensa cuando se menciona San Patricio, la festividad dedicada a conmemorar al Santo patrono de Irlanda, es en la cerveza. Pero no es ni por casualidad ni por prejuicio. Es un hecho que la festividad consiste en tomar cerveza durante los días que dure el fin de semana. Si cae en lunes, quiere decir que ya empezó el viernes anterior. Si cae en jueves, terminará el domingo. Son cuatro días de pub, no importa qué día caiga.

Desde el 16 de marzo las calles empiezan a adquirir un color verduzco cada vez más intenso, que explota de matices el 17, alrededor del mediodía. Sin embargo, las personas que están despiertas a esa hora son más que nada familias con hijos pequeños y parejas, o bien grupos de escolares. Todos ellos se han levantado de la cama y soportado la muchedumbre en los medios de transporte, para observar el desfile en Dame Street, una de las calles principales del centro.
Los demás duermen, aunque no por mucho tiempo más.

Alrededor de las 3 de la tarde el resto de la gente empieza a salir a las calles con la almohada pegada a las mejillas, pero con el mismo entusiasmo de la noche anterior. No están interesados en el desfile que acaba de finalizar. Están buscando el pub más cercano para empezar a tomar cerveza.

Desde la vereda sale el olor dulzón de la madera que ha absorbido demasiado alcohol. Pero en el interior del lugar nadie parece darse cuenta. Desde las ventanas se puede ver el predominio del color verde de las ropas, de las caras pintadas con tréboles, ovejas y banderas. Los gorros de Leprechaun –figura mitológica irlandesa encarnada en un enano pelirrojo- están en todas partes. Si se los mira desde lo alto, pareciera que las calles hubieran sido cubiertas de un césped movedizo.

En Irlanda salen todos, los viejos y los jóvenes. Sobre todo en las fiestas tradicionales; más que nada en San Patricio. En el pub O’Donoghue’s, por ejemplo, hay un grupo de hombres de entre cincuenta y sesenta años, clientes del pub, que llevan sus guitarras celtas y tin whistles para tocar canciones populares irlandesas que todos o casi todos conocen. La más conocida: Galway Girl, de Steve Earle. Entonces, la música invade el espacio, las voces hacen que el suelo vibre. Los extranjeros, que no son pocos, observan. La Guinness, más negra que esa noche, descansa en el vaso hasta que acabe la canción.

Pero lo bueno también acaba. Alrededor de la una de la mañana vuelven a casa, sabiendo que al día siguiente todo volverá a comenzar.

sábado, 26 de marzo de 2011

Volar en colectivo

Por Bárbara Asnaghi


Desde que las aerolíneas de bajo costo invadieron el espacio aéreo con tarifas ridículamente bajas, viajar en avión en Europa dejó de representar lujo y estatus, y pasó a ser un medio de transporte popular.

Los colores amarillo para Ryanair y el naranja de Easy Jet, son la manifestación de la economía en el aire. Es el medio pagano de volar, el carnaval aéreo.

De todas las líneas aéreas de bajo costo, son aquellas dos las que más adeptos tienen, por destinos y precio combinados. Las grandes compañías intentan reducir costos, con el fin de poder competir con los precios en negativo de Ryanair (-€1 Dublín-Londres).

Y la manera de conseguir esto es reduciendo los servicios “de lujo” arriba del avión.  Un ejemplo de esta reducción es la supresión de las toallitas para limpiarse las manos. Hace unos diez años, cualquier aerolínea brindaba este tipo de higienizantes a la hora de comer, o bien previamente, en un estuche en el que además incluían pasta y cepillo de dientes, un pequeño peine de plástico, anteojeras para dormir y en algunos casos hasta un pequeño perfume.

Esa época ha terminado. Viajar en avión es ahora una forma más de trasladarse. En lo único que se diferencia de un colectivo o de un tren, es en la condición aérea y en las azafatas. Aunque ni éstas son las que eran hace diez años. Las/los azafatas/os ahora tienen menos ganas de servir en los vuelos, en parte debido a la reducción de costos de la aerolínea, que implica sueldos más bajos y un proceso de selección menos exhaustivo.

Pero también ese abaratamiento produjo carencia de insumos en el vuelo. Se puede ver a los tripulantes de cabina desesperados, buscando cucharitas de plástico que no tienen, tapas de vasos que no alcanzan o servilletas que no encuentran. Como si fuera un bar de minutas.

Ni siquiera el check-in ha conservado su particularidad aeronáutica. Las largas colas de personas con maletas gigantescas en los aeropuertos cada vez son menos largas, gracias a la modalidad de registro online y a las restricciones de equipaje. A este último respecto, Ryanair admite una única pieza de equipaje de cabina, de no más de 55x40x20. En caso de que la maleta exceda mínimamente estas medidas, se aplica un monto de €40. Lo mismo sucede a quien olvida imprimir la tarjeta de embarque, aunque actualmente la mayoría de los aeropuertos cuentan con impresoras distribuidas cerca de los mostradores. De todas formas, siempre es mejor estar preparado. Para el equipaje a despachar hay que pagar un monto extra y se debe requerir con antelación hasta pocas horas antes de la salida del vuelo. Muchos están esperando la modalidad de baggage-drop sin colas, pero eso probablemente tarde algunos años más.

Lo interesante de esta transición es que a pesar de las deficiencias que genera que el servicio ya no sea exclusivo, es, precisamente, que ahora es inclusivo, dando a todos la posibilidad de volar a cualquier parte y conocer las maravillas de Europa por pocos euros. Aunque sea con las manos sucias.