Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

martes, 3 de abril de 2012

Fuera de temporada

Por Bárbara Asnaghi


Viajar fuera de temporada puede resultar tedioso si se pasa demasiado frío, si no hay gente en la calle, si los espectáculos más impresionantes han quedado en una temporada anterior o vendrán en la siguiente. O si los días son demasiado cortos y hay menos servicios disponibles para el turista.

Si bien todo esto es tan cierto como poco tentador, en los viajes 'out of season' hay ventajas innegables para quien viaja con motivos personales o culturales. 

No sólo los precios bajan a la mitad e incluso menos, sino que además, en ciertos lugares nos permite estar en contacto con la vida real de los habitantes de una ciudad o pueblo.

Podemos presenciar escenas autóctonas, originales, nunca vistas en revistas o sitios de viajes. Cosas que le suceden a la gente que reside en esos sitios, y que perderíamos en el tumulto turístico de las altas temporadas.

Los mozos en los restaurantes son algo más huraños en esta parte del año. No se esfuerzan demasiado, en general, por impresionar a un local. No sólo porque alrededor de éste tiene una opinión formada porque conoce su cultura, porque la comparte, porque ha vivido lo mismo. Porque en muchos casos, ya lo conoce. Sino además, porque la propina nunca será como la del feliz turista que todo lo da cuando está de vacaciones. 

Pero a la vez, la gente es más atenta, porque no está abrumada con la afluencia desmesurada de viajeros que le ensucian las calles, le llenan los negocios, y le inundan los transportes públicos. Esa gente que es local, se toma el tiempo para dar la hora, para explicar cómo se llega a un monumento o incluso, se muestra interesado en la ruta de viaje del forastero.

Viajar fuera de temporada supone algunos dolores de cabeza, pero también nos ahorra dinero y disgustos. Es cierto que en muchos casos coincide con el invierno, y con ello implica que los días son más cortos, pero también que las filas serán más cortas. Que tardarán menos en traernos la cuenta o que nos llevará instantes entrar al monumento histórico al que todos quieren entrar.

En invierno la gente anda más lenta y las calles más vacías; pero las imágenes y los sonidos son auténticos. En temporada baja, también baja el ritmo y la desesperación por hacer muchas cosas en poco tiempo. Podemos contemplar una playa vacía, bien abrigados y bebiendo un café calentito, sintiendo que el lugar nos pertenece por un rato. Podemos entrar directamente a un museo, y recorrerlo sin llevarnos a nadie por delante. Podemos sacar fotos espectaculares sin tener que esperar a que pase la horda de gente que nos arruinará el cuadro. Encontraremos los espacios públicos más limpios, así como el propio lugar en donde nos hospedemos. 

Es por eso que, sin dudas, visitar un lugar fuera de temporada es un modo único de adentrarnos en él.