Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

sábado, 26 de marzo de 2011

Volar en colectivo

Por Bárbara Asnaghi


Desde que las aerolíneas de bajo costo invadieron el espacio aéreo con tarifas ridículamente bajas, viajar en avión en Europa dejó de representar lujo y estatus, y pasó a ser un medio de transporte popular.

Los colores amarillo para Ryanair y el naranja de Easy Jet, son la manifestación de la economía en el aire. Es el medio pagano de volar, el carnaval aéreo.

De todas las líneas aéreas de bajo costo, son aquellas dos las que más adeptos tienen, por destinos y precio combinados. Las grandes compañías intentan reducir costos, con el fin de poder competir con los precios en negativo de Ryanair (-€1 Dublín-Londres).

Y la manera de conseguir esto es reduciendo los servicios “de lujo” arriba del avión.  Un ejemplo de esta reducción es la supresión de las toallitas para limpiarse las manos. Hace unos diez años, cualquier aerolínea brindaba este tipo de higienizantes a la hora de comer, o bien previamente, en un estuche en el que además incluían pasta y cepillo de dientes, un pequeño peine de plástico, anteojeras para dormir y en algunos casos hasta un pequeño perfume.

Esa época ha terminado. Viajar en avión es ahora una forma más de trasladarse. En lo único que se diferencia de un colectivo o de un tren, es en la condición aérea y en las azafatas. Aunque ni éstas son las que eran hace diez años. Las/los azafatas/os ahora tienen menos ganas de servir en los vuelos, en parte debido a la reducción de costos de la aerolínea, que implica sueldos más bajos y un proceso de selección menos exhaustivo.

Pero también ese abaratamiento produjo carencia de insumos en el vuelo. Se puede ver a los tripulantes de cabina desesperados, buscando cucharitas de plástico que no tienen, tapas de vasos que no alcanzan o servilletas que no encuentran. Como si fuera un bar de minutas.

Ni siquiera el check-in ha conservado su particularidad aeronáutica. Las largas colas de personas con maletas gigantescas en los aeropuertos cada vez son menos largas, gracias a la modalidad de registro online y a las restricciones de equipaje. A este último respecto, Ryanair admite una única pieza de equipaje de cabina, de no más de 55x40x20. En caso de que la maleta exceda mínimamente estas medidas, se aplica un monto de €40. Lo mismo sucede a quien olvida imprimir la tarjeta de embarque, aunque actualmente la mayoría de los aeropuertos cuentan con impresoras distribuidas cerca de los mostradores. De todas formas, siempre es mejor estar preparado. Para el equipaje a despachar hay que pagar un monto extra y se debe requerir con antelación hasta pocas horas antes de la salida del vuelo. Muchos están esperando la modalidad de baggage-drop sin colas, pero eso probablemente tarde algunos años más.

Lo interesante de esta transición es que a pesar de las deficiencias que genera que el servicio ya no sea exclusivo, es, precisamente, que ahora es inclusivo, dando a todos la posibilidad de volar a cualquier parte y conocer las maravillas de Europa por pocos euros. Aunque sea con las manos sucias.

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