Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

jueves, 5 de mayo de 2011

Ciudadanos del mundo


Por Bárbara Asnaghi

Las fronteras son invenciones que no ya no resultan acordes con las actuales circunstancias. Las divisiones políticas de los países no tienen a esta altura real influencia en la vida de las personas. Excepto cuando alguien intenta cruzarlas. 

Los gobiernos del mundo deberían empezar a remover los escombros bajo los que descansan las leyes migratorias, para encontrar debajo algún fundamento real que permita elaborar nuevas reglamentaciones, más justas, menos selectivas. Ignorar la realidad no es posible luego de un tiempo considerable. Y más aún cuando este tiempo ya ha pasado. 

Hoy día, en Europa y América, hay millones de personas con más de un pasaporte. A medida que pasan los años, los números crecen, no sólo en personas, sino en pasaportes. Existen niños de jardín de infantes con cuatro ciudadanías. La conformación de nuevas parejas internacionales, cada vez en mayor medida, y en concordancia con la facilidad que hoy supone trasladarse y comunicarse de un punto al otro del globo, abre las puertas para un debate que va más allá de las fronteras políticas tradicionales. Éstas intentan resistir, pero es evidente que no podrán hacerlo por mucho más tiempo. 

Padres de hijos nacidos en un país distinto al suyo, que sin embargo no pueden obtener la ciudadanía del país del que su propio hijo es ciudadano. La ley española impide que se “eche” al padre del país, pero no lo reconoce ciudadano. Es un ilegal al que no pueden darle ninguna sanción por esa ilegalidad. 

Los absurdos cada vez son mayores. Muchos nacidos en el continente americano tienen doble ciudadanía, europea y de su propio país. El trámite para la obtención de dicho documento varía de país en país, pero en general los trámites llevan muchísimo tiempo y consisten en la presentación de la documentación del familiar emigrado al país americano. Quienes carecen de esta ciudadanía, son tratados de forma distinta al entrar en los países europeos aunque provengan del mismo lugar. 

Asimismo, desfilan por Italia, España y demás países mediterráneos, africanos escapados de terribles circunstancias en sus países de origen, que venden carteras y anteojos de sol en las calles o veredas, a los que colocan sobre una tela atada con una soga, preparada para el escape en caso de que aparezca un policía en la zona y les retire los artículos. Lo curioso es que está prohibida la venta callejera, pero no hay multas, sino que a quien está en infracción se le quitan los productos que vende. Es decir, muchas de estas “infracciones” se realizan por personas que no están reconocidas legalmente por la comunidad, por lo que no pueden ser apercibidos. Son anónimos, no existen para la ley. 

El caso es que el anonimato que presupone la falta de regulación en materia inmigratoria, genera más problemas que los que acarrearía la integración real de estas personas a la sociedad. No se trata ni siquiera de ciudadanos de segunda, sino de NN. Son nulidades para el gobierno, la sociedad y la justicia. Molestias pasajeras que hay que erradicar.  

Algunas personas rechazan la inclusión de estos “ilegales” al sistema, con el argumento de que abrirles las puertas a ellos sería dejar que un aluvión de inmigrantes entrara al país. Lo que confirma el hecho de que lo que se necesitan son nuevas legislaciones de acuerdo a las nuevas circunstancias. 

En Sudamérica y Estados Unidos, existen todavía personas que se niegan a aceptar la inmigración de personas provenientes de países que hace un par de siglos eran parte de su propio territorio. Día tras día miles de personas intentan cruzar fronteras en forma de muros, vigilantes o papeles. Muchos mueren, otros son desterrados de un país en el que han vivido durante años, otros son tratados como delincuentes en los aeropuertos. ¿Qué clase de justicia es esta que sanciona a una persona por querer salir de la miseria, conocer otro país del mundo en que habita o simplemente progresar?  

Las ciudades del futuro serán completamente mestizas en colores, formas y costumbres. Todos los días se oye la noticia de una boda entre personas de países que hasta entonces parecían incompatibles. Hijos de procedencia combinada, con apellidos disonantes, nacen cada día en países impensables. 
El mundo nos va quedando chico, las leyes también. La pregunta llega inevitablemente: ¿Por qué será que las sociedades prefieren mezclarse? ¿Será porque las personas son más parecidas entre sí de lo que se pensaba antes de que apareciera Internet?  

Esta pregunta también debería figurar en la agenda de los parlamentos, para empezar a legislar a las personas que habitan en este mundo, en vez de a sus nacionalidades.

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