Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

lunes, 16 de mayo de 2011

Tener la foto


Por Bárbara Asnaghi

Cuando se viajaba con la cámara automática a pila, sólo había 36 oportunidades por rollo para salir bien en diversos lugares, y viajar resultaba menos agobiante. Las preguntas de Dónde salir, Cómo salir, Si vale la pena aquél paisaje, eran preguntas válidas, porque cada foto era una menos que quedaba para terminar el rollo.

Con la aparición de las cámaras digitales y sus infinitos clicks, cada evento y pseudo-evento vale la pena ser recordado mediante varias fotos, porque no cuesta nada y no ocupa lugar. Así, tal y como sucede con las secuencias de un dibujo animado, las imágenes se suceden unas a otras sin lógica ni propósito. Es más que habitual ver gente con los ojos cerrados delante de la Sagrada Familia y muecas de asco involuntarias mientras finge que inclina con la fuerza de sus propios brazos la Torre de Pisa. Más allá de cuestionar el coeficiente intelectual de quien lleva a cabo esta última actividad, lo que ha cambiado en esta generación digital es que todo se puede probar mil veces. Viajar es un evento realizado una vez, pero recreado muchas veces más mediante las fotos. Viajar hoy, no sólo tiene una preparación, sino que tiene un gran trabajo de montaje y post-producción.

Por eso, cuando a uno lo frenan para pedirle una foto, es mejor que cancele la cita con el dentista y cualquier compromiso cercano. Primero se le pide la foto clásica, que consiste en el ser humano sin aditivos delante de un monumento. 

-Que salga la cúpula- Agregan algunos. 
-No dejes demasiado espacio en los márgenes- Exigen otros con timidez y a veces con demasiada osadía. Porque otra de las cosas que ha cambiado, es que todos hoy “saben” de fotografía. Más de uno ha hecho un cursito, pero casi todos han sacado millones de fotos, lo que creen que equivale a un cursito. Te hablan de luz, de ángulos, de perspectiva. Cuando uno lo que quiere estar haciendo es arreglándose una muela y no jugar al enviado de la National Geographic con desconocidos. 

La segunda foto, que se pide inmediatamente después de la clásica, es la “casual” o “informal”. La persona se relaja de la posición rígida que tenía previamente, y adopta una postura que, según le parece, es natural. Generalmente está lejos de serlo, y siempre involucra una apertura anormal de piernas mientras el sujeto se sienta en uno de los escalones o rejas del monumento, fingiendo una sonrisa que se parece a la de alguien a quien le han apenas contado un chiste. 

Muchos, por pudor o respeto, dejan la sesión en este punto. Otros, primero miran si les parece bien la foto que acabás de sacar, como si ellos fueran ahora tus profesores de la National Geographic y estuvieran evaluando la calidad de la foto. Uno suda, se pregunta si tendrá que sacar otra, a veces hasta trata de explicarse con frases como: “La saqué de costado porque me daba la luz de frente”, o “puede haber salido movida porque me empujaron”. Como si el dueño de la cámara fuera el propio jefe. Cuando sonríen y aprueban uno se va contento, como si acabara de rendir un examen. Pero ellos siguen, atormentando a otros pasantes, o sacándose las fotos ellos mismos. Grupales, solitarias, mirando al horizonte, despreocupadas, con muecas inventadas, tocando algo que no se puede tocar junto al cartel que indica la prohibición. 

De esta forma se realiza el montaje. El viaje, que es real, lleva dentro de sí otro viaje, imaginado. Pareciera que la felicidad que tenemos no es suficiente, que lo que hicimos hasta ahora no vale hasta que saquemos las fotos preparadas para recordarnos a nosotros mismos –y muchas veces a los demás-, que la hemos pasado bien.  Pero lo que recordaremos es esas fotos, y no que la hemos pasado bien. ¿Qué sucede con el viaje real? Se pierde en el olvido, detrás de esos actores que somos nosotros mismos. 

La post-producción es otro estadio interesante del viaje fotografiado. Herramientas como Photoshop y otros programas de edición sirven a tal efecto. Se borran las ojeras, las líneas indeseadas. Se agrega un poco de destello, de contraste, se quitan el cansancio de la cara, la desprolijidad del pelo. Se tiran las fotos que no salieron bien, esas de las que íbamos a reírnos en el futuro y las únicas que iban a valer la pena en algunos años. En los álbumes de hoy (Facebook, Picasa, Windows Live, etc.), desfilan seres perfectos, felices, inmutables. Que nunca cierran los ojos, que jamás mueven la boca involuntariamente, que no han tenido un mal momento en todo el viaje. 

Esos son los seres del otro viaje, el imaginado. Los que se quedan con nuestros recuerdos, nuestros equívocos, los que triunfan sobre la realidad. Los que se quedan con los que habíamos sido cuando viajamos.

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