Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

viernes, 8 de junio de 2012

Mi primer libro de cuentos ya está publicado

Esta entrada no trata de viajes, pero sí de mi primer libro de cuentos de ficción publicado en versión digital. Disponible para la venta en Amazon.com:

El creador de las cosas perdidas y otros relatos

Para leer el principio sin cargo, hacé click en este link, y una vez en la página de Amazon, clickeá la ilustración de tapa.

Espero que lo disfruten.


martes, 3 de abril de 2012

Fuera de temporada

Por Bárbara Asnaghi


Viajar fuera de temporada puede resultar tedioso si se pasa demasiado frío, si no hay gente en la calle, si los espectáculos más impresionantes han quedado en una temporada anterior o vendrán en la siguiente. O si los días son demasiado cortos y hay menos servicios disponibles para el turista.

Si bien todo esto es tan cierto como poco tentador, en los viajes 'out of season' hay ventajas innegables para quien viaja con motivos personales o culturales. 

No sólo los precios bajan a la mitad e incluso menos, sino que además, en ciertos lugares nos permite estar en contacto con la vida real de los habitantes de una ciudad o pueblo.

Podemos presenciar escenas autóctonas, originales, nunca vistas en revistas o sitios de viajes. Cosas que le suceden a la gente que reside en esos sitios, y que perderíamos en el tumulto turístico de las altas temporadas.

Los mozos en los restaurantes son algo más huraños en esta parte del año. No se esfuerzan demasiado, en general, por impresionar a un local. No sólo porque alrededor de éste tiene una opinión formada porque conoce su cultura, porque la comparte, porque ha vivido lo mismo. Porque en muchos casos, ya lo conoce. Sino además, porque la propina nunca será como la del feliz turista que todo lo da cuando está de vacaciones. 

Pero a la vez, la gente es más atenta, porque no está abrumada con la afluencia desmesurada de viajeros que le ensucian las calles, le llenan los negocios, y le inundan los transportes públicos. Esa gente que es local, se toma el tiempo para dar la hora, para explicar cómo se llega a un monumento o incluso, se muestra interesado en la ruta de viaje del forastero.

Viajar fuera de temporada supone algunos dolores de cabeza, pero también nos ahorra dinero y disgustos. Es cierto que en muchos casos coincide con el invierno, y con ello implica que los días son más cortos, pero también que las filas serán más cortas. Que tardarán menos en traernos la cuenta o que nos llevará instantes entrar al monumento histórico al que todos quieren entrar.

En invierno la gente anda más lenta y las calles más vacías; pero las imágenes y los sonidos son auténticos. En temporada baja, también baja el ritmo y la desesperación por hacer muchas cosas en poco tiempo. Podemos contemplar una playa vacía, bien abrigados y bebiendo un café calentito, sintiendo que el lugar nos pertenece por un rato. Podemos entrar directamente a un museo, y recorrerlo sin llevarnos a nadie por delante. Podemos sacar fotos espectaculares sin tener que esperar a que pase la horda de gente que nos arruinará el cuadro. Encontraremos los espacios públicos más limpios, así como el propio lugar en donde nos hospedemos. 

Es por eso que, sin dudas, visitar un lugar fuera de temporada es un modo único de adentrarnos en él.

sábado, 24 de marzo de 2012

Patear el tablero

Por Bárbara Asnaghi


¿Cuántas veces dijimos o escuchamos decir a alguien: "A la primera de cambio me canso y largo todo" o "me gustaría cambiar de vida e irme a vivir a tal o cual país"? 

Las formas de exilio voluntario, sin presiones externas, son de lo más variadas. Son viajes que tienen la finalidad de explorar y de conocer otras culturas, y de auto-reconocerse. En muchas ocasiones se combinan estudios universitarios o de idiomas, y muchas de estas personas, en su mayoría entre los 20 y 30 años, consiguen un trabajo temporal por el período durante el cual quieren permanecer en territorio foráneo. 

Es inspirador ver a alguien salir de la rutina diaria, laboral, personal, social; juntar dinero y decidir hacer algo por sí mismo, por su espíritu, para irse a vivir a otra parte. Cansarse de lo conocido, decir: si no hago que me pase nada, nada me va a pasar. 

Por eso el exilio voluntario es algo más que un viaje. Es algo más que cambiar de sitio. Es un cambio de estilo de vida, de costumbres. Es en muchos casos, un cambio de idioma, que como tal, supone un cambio en la estructura completa del pensamiento. Las palabras que usamos para expresarnos diariamente, y aquellas con las que mentalmente evaluamos lo que los otros opinan del mundo, ayuda a darnos cuenta de cuántas cosas damos por sentadas. Obliga a nuestra estructura mental, muchas veces anquilosada en el sarro de la monótona vida anterior, a revaluar, reconsiderar y re-interpretar absolutamente todo lo que nos ha pasado y lo que haremos a partir de entonces. Los nuevos conceptos que surgen en un nuevo ambiente, re-acomodan las fichas que, a fuerza de costumbre, habían dejado la marca de sus cuartos traseros en el sillón.

Ese esfuerzo nuevo de adaptación voluntaria, estimula a todo nuestro sistema vital a aceptar cambios, y aun más, a buscarlos. Que de un día al otro cambiemos casa, clima,  paisaje diario, la gente con la que convivimos, el trabajo, el idioma y hasta la moneda local, es una revolución de los sentimientos, pero también de los sentidos. El olfato se agudiza, y si se presta atención, los nuevos olores se incorporarán a nuestro "haber de vida" y nos acompañarán por siempre. A partir de entonces, si alguna vez volvemos a sentir aquel olor, añoraremos aquel lugar con una fuerza que otros recuerdos no tendrán. 

Es increíble cómo un año fuera de lo conocido parecen varios años en la vida de una persona. Las cosas que suceden cada día son desafíos constantes a todo nuestro sistema de valores y a nuestro mundo físico. Además del estímulo olfativo, la vista se acostumbra a fijar caras nuevas diariamente, ya que absolutamente todo nuestro entorno debe ser remodelado. Cada ciudad tiene un olor, cada barrio, cada casa nueva lleva partículas de su historia y de las personas que allí han habitado.

Las personas que hemos tenido la suerte y la valentía de vivir esta experiencia, sabemos que nada se compara a la sensación de aterrizar en territorio desconocido. Ninguna otra nostalgia se compara a la nostalgia de un pasado que además de haber pasado, ha quedado en otro lugar. Cada momento de esa experiencia, por ser variada y habernos supuesto un esfuerzo de adaptación, queda grabado íntegro en la memoria. Un año trabajando en nuestra ciudad natal, con nuestro entorno de siempre, repitiendo una cantidad innumerable de gestos (que notamos sobre todo cuando podemos hacer contraste con la experiencia del exilio voluntario), no deja en nuestra mente más que un vago recuerdo de ese período de tiempo. Algún que otro acontecimiento nos permitirá tal vez distinguir ese año del anterior, pero nada más. En cambio un año de esta nueva experiencia, aporta una riqueza de conocimientos, personas, sucesos y nuevas sensaciones, que quedan en la memoria siempre como un período completo, de un pleno aprovechamiento de la vida. Es un año en el que uno no tiene dudas de si ha vivido o no, porque es un año en el que uno ha vivido al máximo. 

La experiencia de viajar es magnífica, y nunca puede resultar negativa. Pero la experiencia de patear el tablero y de vivir plenamente una nueva vida en un nuevo lugar, es insuperable.