Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

domingo, 27 de marzo de 2011

La noche de San Patricio en Dublin

Por Bárbara Asnaghi


Lo primero que se piensa cuando se menciona San Patricio, la festividad dedicada a conmemorar al Santo patrono de Irlanda, es en la cerveza. Pero no es ni por casualidad ni por prejuicio. Es un hecho que la festividad consiste en tomar cerveza durante los días que dure el fin de semana. Si cae en lunes, quiere decir que ya empezó el viernes anterior. Si cae en jueves, terminará el domingo. Son cuatro días de pub, no importa qué día caiga.

Desde el 16 de marzo las calles empiezan a adquirir un color verduzco cada vez más intenso, que explota de matices el 17, alrededor del mediodía. Sin embargo, las personas que están despiertas a esa hora son más que nada familias con hijos pequeños y parejas, o bien grupos de escolares. Todos ellos se han levantado de la cama y soportado la muchedumbre en los medios de transporte, para observar el desfile en Dame Street, una de las calles principales del centro.
Los demás duermen, aunque no por mucho tiempo más.

Alrededor de las 3 de la tarde el resto de la gente empieza a salir a las calles con la almohada pegada a las mejillas, pero con el mismo entusiasmo de la noche anterior. No están interesados en el desfile que acaba de finalizar. Están buscando el pub más cercano para empezar a tomar cerveza.

Desde la vereda sale el olor dulzón de la madera que ha absorbido demasiado alcohol. Pero en el interior del lugar nadie parece darse cuenta. Desde las ventanas se puede ver el predominio del color verde de las ropas, de las caras pintadas con tréboles, ovejas y banderas. Los gorros de Leprechaun –figura mitológica irlandesa encarnada en un enano pelirrojo- están en todas partes. Si se los mira desde lo alto, pareciera que las calles hubieran sido cubiertas de un césped movedizo.

En Irlanda salen todos, los viejos y los jóvenes. Sobre todo en las fiestas tradicionales; más que nada en San Patricio. En el pub O’Donoghue’s, por ejemplo, hay un grupo de hombres de entre cincuenta y sesenta años, clientes del pub, que llevan sus guitarras celtas y tin whistles para tocar canciones populares irlandesas que todos o casi todos conocen. La más conocida: Galway Girl, de Steve Earle. Entonces, la música invade el espacio, las voces hacen que el suelo vibre. Los extranjeros, que no son pocos, observan. La Guinness, más negra que esa noche, descansa en el vaso hasta que acabe la canción.

Pero lo bueno también acaba. Alrededor de la una de la mañana vuelven a casa, sabiendo que al día siguiente todo volverá a comenzar.

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