Viajar es suspender el tiempo, tomarlo y abollarlo, guardarlo en un bolsillo y llevarlo; hacia donde vayamos, durante el tiempo que dure el recorrido. Transportarlo a donde arribemos, transformado y embellecido, grabado en la piel, como si hubiera estado dormido, y despertarlo una vez que hemos partido. Con el primer paso. Ante el primer ruido.

martes, 26 de abril de 2011

Mirarse desde afuera


Por Bárbara Asnaghi

El novelista inglés Aldous Huxley dijo que "viajar es descubrir que todos tienen ideas equivocadas sobre otros países". Y esto resulta atinado, porque es cierto. Sin embargo, lo contrario -y en viceversa- también lo es. Viajar es, a su vez, descubrir que todos tienen ideas erradas sobre su propio país. 

No importa en dónde aterricemos. La gente de cada lugar es más crítica con su tierra que con cualquier otra. Pero los extranjeros que llegan a visitarla no le ven más que maravillas. ¿Por qué sucede esto?
En parte, porque vivir en un lugar no es lo mismo que visitarlo. Y haber vivido siempre en un mismo sitio, tampoco permite conocerlo del todo. La visión lejana, la que viene de afuera pero sigue siendo propia, es una visión necesaria para cortar un poco con la crítica despiadada y el vaso medio vacío. Porque el verdadero aporte es el que construye, y nunca, bajo ninguna circunstancia, el que proviene de quien se sienta en el trono del pesimismo a rechazar sus orígenes. 

Desde ya, hay lugares y lugares. Pero no importa cómo, el nativo se las arregla siempre para poner bajo una luz tenebrosa su propio terruño. Porque las personas somos a menudo más críticas con nosotros mismos que con el resto. Y cuanto más crítico se es hacia fuera, la experiencia comprueba que más crítico se es hacia adentro.

La crítica en este sentido no resulta productiva, como se ha dicho antes. Ni tampoco la carencia de crítica o el fanatismo del falso patriotismo implica que uno quiera más a su país porque no lo critica negativamente. Lo único que comprueba esto último, es que lo que se defiende ciegamente es aquello a lo que no se le quiere encontrar un defecto.

Por eso, la experiencia de verse desde afuera no sólo es importante a nivel individual. No sólo enriquece a la persona, que adquiere perspectiva frente a sí misma, sino que también logra ver el colectivo social del que aquélla viene, aunque con otros ojos. No con los ojos del nuevo colectivo, sino con los propios, desde otro lugar. En un principio la visión no es clara, porque lo nuevo nos quita el equilibrio y nos enreda en sentimientos encontrados,  hasta que nos acostumbramos a ello. Pero con el tiempo siempre llega la estabilidad, y entonces sabemos exactamente lo que sentimos por el lugar del que venimos. Se ve tan claro como la imagen que nos devuelve el espejo. 

En el caso de los exiliados, voluntarios y no, la distancia les ha llenado el corazón de dolor, de crítica, luego de compasión. Finalmente, de una profunda comprensión de sus orígenes. Más o menos en este orden, el producto de esto fueron grandes creaciones que enriquecieron a la cultura de su país y, con ello, al mundo. Muchos de los grandes de la cultura han vivido un tiempo en el extranjero. Lo que no quiere decir que para ser un grande de la cultura haya que irse necesariamente a otra parte, pero sí, que muchas cosas no habrían sido dichas o creadas sin esta influencia que la distancia ejerce en la propia manera de verlas. 

La experiencia de vivir afuera no sólo es recomendable, sino que es necesaria para comprender muchas cuestiones que en general se pasan de largo por falta de perspectiva. Detalles que son un mundo, asociaciones mentales que son nuevos portales de la conciencia, así como nuevas formas de percibir y percibirse. Un nuevo abanico de preguntas y de respuestas claras se abre en la cabeza de quien ve el mundo desde afuera. 
 Tal y como ocurre con las obras de arte, los países se aprecian mejor a debida distancia. 

jueves, 21 de abril de 2011

Ser, Estar y Viajar


Por Bárbara Asnaghi

Las personas viajan por motivos diversos: trabajo, ocio o estudio. Algunos combinan estas actividades para potenciar el valor del viaje. En este artículo se propone al viajero considerar otra forma de interactuar con sus destinos turísticos. 

Estudiar el idioma del lugar al que se viaja es una de las maneras de aprovechar la experiencia de viajar al máximo. Porque con el idioma uno se aproxima a la cultura sin zambullirse en ella intempestivamente, con las exigencias del turismo y de nuestro agente de viajes.

En Europa, múltiples escuelas reconocidas y no tanto ofrecen cursos hechos a medida. Con un mínimo de una semana hasta un año, la aproximación a la lengua va según los gustos y objetivos de cada uno. Se ofrece en general alojamiento, aunque no es condición esencial para reservar una vacante. 

Los precios también abarcan franjas más que flexibles. Se puede estudiar francés en la Alianza Francesa, alemán en el Goethe Institut, o italiano en la Associazione Dante Alighieri desde doscientos euros por módulo de estudio. Lo interesante de la experiencia, es que uno de alguna forma “vive” en el lugar, aunque sea por dos semanas. Se comparte la casa con nativos, y se estudia con profesores del lugar. Asimismo, no hay instituto que no ofrezca actividades culturales y de entretenimiento para realizar fuera del horario de estudio. Es una situación ideal para los que viajan solos, porque es la oportunidad de conocer gente de todo el mundo desde el primer día y sin reservas. Y más que nada, gente con las mismas inquietudes e intereses, con quienes recorrer el lugar y practicar el idioma.

Los cursos en general son de lunes a viernes, y se brindan descuentos para sus estudiantes, así como muchísimas actividades gratuitas, por lo cual el costo del curso se amortiza. Sin mencionar que se deja la ciudad con un nivel más alto del idioma en cuestión, más un certificado que lo acredita. 

Los bloques intensivos de dos semanas son una buena forma de pasar las vacaciones del trabajo y aprovechar el tiempo sin estresarse. Son la mejor opción para irse del lugar visitado sintiendo que realmente se ha estado allí. Es una alternativa al salto frenético de monumento en monumento o de museo en museo, viendo mil cosas a la vez pero sin verlas ni comprenderlas realmente (y muchas veces, sin recordarlas del todo). Porque el idioma de una cultura está íntimamente relacionado con su forma de ser, de crear, y de conectarse con el resto del mundo. Cada ciudad es única. Llevarnos un poco de eso en forma de palabras y expresiones locales es una forma de rescatar la experiencia del asedio de los listados de las guías de viajes y, sobre todo, del olvido. 




martes, 12 de abril de 2011

Peso pluma

Cómo alcanzar los diez kilos de equipaje, sin pasarse y sin olvidarse de nada.


Por Bárbara Asnaghi


Desde que Ryanair restringió el equipaje de mano a una sola pieza de diez kilos, y desde que es la aerolínea más económica para viajar en Europa; los pasajeros hemos hecho malabares a la hora de armar esa diminuta valijita, que no puede sobrepasar los 55x40x20 cm. Esto incluye computadora, cartera de la dama y cualquier cosa que sobresalga del abrigo. 

A tal efecto, han sacado hasta su propia pieza, en conjunto con Samsonite, que ofrecen en internet mientras uno realiza la reservación. Podría decirse que en un principio puede resultar molesto para muchos; “¿Comprarme una valijita solamente para Ryanair?”. Y finalmente todos se compran una valijita, porque saben que lo que les haya costado sirve para amortizar los gastos de la mini-pieza de cabina. Tal es así, que muchos vendedores de bolsos ofrecen las valijitas de medidas más pequeñas como “Valijas Ryanair”. 

Pero ese es otro tema. Lo que nos interesa aquí, a los que amamos viajar (y si es barato mejor, y si es con ropa decente, mejor); es armar una valija a imagen y semejanza de Ryanair.
En primer lugar, cabe aclarar que este artículo está orientado a las mujeres, que somos las que más problemas tenemos para poner “la vida” en diez kilos (si bien muchas ponen la vida en bajarlos de su cuerpo, pero ese es tema para otro post y seguramente para otro blog).

Supongamos que viajamos por tres días. En general los viajes se realizan los fines de semana o en esa semana de vacaciones del trabajo. Por ende, la medida justa son tres días. Y a medida que vayamos agregando de a un día, iremos repitiendo el conjunto aunque con algún accesorio que lo diferencie. 
Siempre se debe empezar con lo esencial para la vida: bombachas y corpiños. Pero no ciento cincuenta bombachas por si necesito; no. Si ocurre un accidente (y me refiero a accidentes femeninos y no de otro tipo), se compra una bombacha en un negocio. Tampoco la pavada. Tampoco armar una valija con todas las cosas que pueden llegar a pasar en un viaje. Esa es la primera regla. Si sucede, mala suerte; gastaremos cuatro euros en una bombacha nueva. 

Una vez que tenemos en claro que para vestirnos hacen falta calzados, una muda de abajo y una de arriba, más la ropa interior que ya hemos mencionado, llega la hora de saber qué calzado y qué mudas. 
Sería interesante tener en claro la temperatura del lugar al que nos dirigimos. Para eso, consultaremos Accuweather o algún otro sitio sobre temperaturas. Pero también debemos saber que en estos tiempos la meteorología se ha vuelto la más inexacta de las ciencias…bueno antes también lo era. Pero ese también es tema para otro post. 

Concentrémonos entonces en cubrirnos el cuerpo sin asfixiarnos. Por supuesto, si vamos a la nieve, llevaremos solamente indumentaria de nieve. Pero ojo, cuando viajamos “hacia el invierno” debemos considerar que los lugares, sobre todo aquéllos para turistas, tienen calefacción (en general excesivamente alta), y necesitaremos usar una remera de manga corta debajo de la ropa. 

Si viajamos en una media estación, a una ciudad, llevaremos solamente UN abrigo, y puesto cuando viajemos. El color: marrón o negro, inclusive gris; para combinarlo con todo. Lo ideal son dos pantalones: uno de jean o gabardina (cómodo), y otro de vestir. En lo posible, el primero azul, el segundo negro. No se trata de uniformarse, sino de poner el color en otras cosas. Llevar dos remeras de manga corta, una informal y otra formal. Y una de manga larga, por si sorprende el frío. 
Luego, como dijimos, hay que calzarse. El par de botas va puesto. En lo posible marrones o negras, aunque podemos arriesgarnos a un azul. Dentro de la valija, es fundamental llevar un par de zapatillas deportivas, para caminar durante el día por la ciudad. Y ahí sí, unos zapatitos del color que elijamos; ballerina  o sandalia cerrada. Podemos ahí empezar a dar toques de color. Un plateado o azul labrado, algún brillo que destaque. 

La mejor parte son los pañuelos o chales. Llevaremos dos o tres, dependiendo del peso final, que cotejaremos cuando terminemos de armar la valijita. Pero tienen que tener colores que nos gusten. Fuertes. Si se puede combinar los zapatitos con alguno de ellos, mejor. 
Como la vida no es tan sencilla; no olvidemos el secador de pelo y la planchita. Lo mejor sería comprar ambos tamaño viaje. Es imposible meter un secador de peluquería o una planchita de esas que se parecen a planchas industriales. Conviene ir preparando el set que nos acompañará en todos los viajes, que, repito, se amortiza con los precios de las aerolíneas. Además, si viajamos por Ryanair es muy probable que no paremos en un hotel que tenga secador de pelo. 

Después, los tecnicismos que son imprescindibles. Una es la documentación, que va a ir situada en un sobre que llevaremos en la mano, dentro del cual irá el pasaporte, el billete electrónico impreso y alguna tarjeta de crédito, si llevamos. El dinero es aconsejable llevarlo en un bolsillo o riñonera interna, para no correr el riesgo de que se caiga o nos lo roben por andar con cosas en la mano. El celular, en el bolsillo de la campera. Las llaves también. 

Los toques finales son: una toalla de cuerpo, finita. Un cepillo de pelo, uno de dientes, el cargador del móvil y un adaptador universal. Es muy útil comprar estos últimos, porque nos van a servir en todas partes y ya podemos olvidarnos de no poder enchufar algo o perder tiempo de nuestro viaje en comprar uno. 

No digan nada; la pregunta final es: ¿qué hacemos con el maquillaje y la perfumería? Hoy día vienen en pequeños potecitos, que sirven perfectamente para tres días; sea desmaquillante, humectante, base, pequeño perfume, y dentífrico. Alguna sombra neutra o de colores clásicos, el rimmel y el lápiz de ojos. Todo esto, eso sí, dentro de una bolsita sellada de plástico (que puede comprarse en unas maquinitas en el aeropuerto por un euro). 

Finalmente, pesamos la valija en casa. Hasta ahora probablemente nos queden tres kilos, que podemos utilizar para el ordenador y la batería, algún libro no muy grande, algún producto de farmacia, etc. Cuando queden menos de 500 gramos, mejor no arriesgarse. Por un mínimo que nos pasemos con el peso en esta aerolínea, se cobran €40 euros por exceso de equipaje. 

Y por último, en el aeropuerto hay unas balanzas grandes para chequear definitivamente si hemos alcanzado los diez kilos permitidos. 

Luego, a volar como una pluma en el viento. Bien ligero.

jueves, 7 de abril de 2011

Desayunar como los dioses en Berlín


Por Bárbara Asnaghi

En el punto más alto de la Torre de la Televisión (Fernsehturm), en el centro de la ciudad y muy cerca de Alexanderplatz, además de cenar, se puede desayunar a más de 200 metros de altura, disfrutando de una vista increíble.

Y como si la altura fuera poco, al poner un pie en el piso del restaurante, se siente en los pies un leve movimiento giratorio, que es lo suficientemente ágil como para ser percibido, y lo suficientemente sutil como para no molestar. El restaurante gira a 360 grados en lapsos de media hora. 
Las puertas de la torre abren a las 8 de la mañana, por lo que conviene estar temprano para poder conseguir un lugar. Se toma un ascensor y en poco tiempo se arriba. Antes de entrar, se recibe un número específico de mesa.

Por ser rotatorio, estemos en la mesa que estemos, podremos disfrutar de una hermosa panorámica matinal de la ciudad mientras tomamos un desayuno completo (americano o continental; a elección) por el que pagamos tan sólo diez euros.

Es una opción mucho más económica que la cena, y si se va lo suficientemente temprano, se puede disfrutar de la exclusividad del lugar. Y de la sensación de ser los únicos observadores de la ciudad. 

domingo, 3 de abril de 2011

Dormir y Comer en Santorini (como en casa)

Por Bárbara Asnaghi



Dormir


En una de las islas más hermosas de Grecia, Santorini, está emplazada la casa de huéspedes Villa Manos. Atendida por su dueña, Poppy, nos da la sensación de que es un pedazo de hogar que hemos traído en la valija. 

El servicio es excelente y los precios increíbles. No se trata de un lujoso hotel en el que la excelencia brindada “está incluida en el precio”. Por el contrario, aquí el buen servicio es una forma de ser, es la personalidad del lugar. Es tal la predisposición de Poppy, que da ganas de quedarse más tiempo y pagar de más. 

Las habitaciones están siempre limpias, decoradas con buen gusto, bien equipadas. Tienen heladera, calefacción, aire acondicionado y televisión; y una pequeña cocina con mesa en los cuartos dobles, además de baño privado con ducha. A precio de hostel, pero con la calidad de un buen hotel.

La ubicación es muy accesible. A pocos metros de la entrada está la parada del autobús, que por un euro con sesenta nos deja en cualquiera de las hermosas playas de la Isla en diez o veinte minutos, dependiendo de la distancia. 

A diez minutos a pie, está la ciudad de Thira (Fira), capital de la Isla, en la que un recorrido nocturno resulta condición esencial para vivir en su totalidad la magia del lugar. Allí, una serie de callejuelas empedradas y casas blancas y celestes, más una gran variedad de pintorescos negocios, nos recuerda que estamos en Grecia.

Por último, la casa de huéspedes ofrece una piscina para los meses de verano, y transfers gratuitos desde y hacia el puerto y el aeropuerto. Y lo que a la vocación de dar de Poppy se le de por brindarnos inesperadamente. 



Comer

Otro lugar para recomendar, muy cerca de la posada, es el restaurante de comida griega Nyra Nikh. Desde afuera, es imposible ignorar las guirnaldas verdes y naranjas, la pizarra con los platos del día, la luz que sobresale en la oscuridad circundante.  

En este hermoso lugar, hay 8 a 10 mesas adentro y unas 6 afuera. Apenas llegamos, se nos recibe con una encantadora sonrisa. El menú es una buena sorpresa: comida típica griega a pocos euros. Más tarde descubriremos que es comida griega de calidad, a pesar de pagar poco por ella. 

La tentación es demasiado fuerte: la cerveza Mythos es la elegida, simplemente porque el nombre parece ideal para el lugar en donde nos encontramos. Entre los platos destacados, el pollo o cordero con pasta es recomendable, así como el queso feta (que podría ser Patrimonio de la Humanidad griego, según dicen algunos).  

Pero no todo es comer. Un hombre se ha acercado al escenario con un Buzoki (instrumento tradicional griego) a tocar canciones de las que ningún hispano-parlante podría adivinar la letra. Sin embargo, suenan a español. 

Porque el griego moderno tiene muchas eses al final, y una estructura tal que cada letra es modulada y pronunciada con detalle; y la cadencia -que es como decir “el tono”- es casi igual al español. 

Cuando terminamos de comer, acompañados por hermosas melodías que parecen lamentos y a la vez alegrías, con mezclas turcas y árabes, legado de siglos de cruces; llega el café. 
En el menú dice: “café griego”. Y eso es lo único que vale la pena tomar si se está en Grecia, claro está. En un platillo rectangular, pintado en detalle, llega la pequeña taza haciendo juego. Dentro de ella, una pasta espesa y de olor intenso. 

El sabor es suave si se pide previamente que se agregue azúcar en él (recomendable, dicho sea de paso, para los que no están acostumbrados al café espresso italiano). Sabe a pasta de café, sobre todo al llegar al fondo de la taza. 

La preparación de esta bebida es curiosa. Se calienta el café molido en una especie de hornillo, sin filtrarlo. De ahí que cuando se termina, queden en el fondo restos parecidos a arena mojada. Hay quienes dicen que este café es en realidad turco, pero con muchas cosas ocurre lo mismo, y llega un punto en que luego de tantos años de invasiones y demás, no se sabe qué es de quién. Y tampoco importa demasiado.

La hospitalidad griega llega de nuevo, entonces, con un plato de postre tradicional que nadie ha pedido. Sin embargo, lo brindan gustosos. Y sobre el final, antes de dejar –no sin pena- este acogedor lugar, una pequeña atención en la cuenta es el último motivo que queda para decidir volver al día siguiente. Y el siguiente. 

Hasta que se terminen las vacaciones.